martes, 11 de agosto de 2009

GRAMÁTICA DE LA MULTITUD.

Paolo Virno[1]

El lenguaje en escena.

Creo que la noción de “espectáculo”, de por sí bastante equívoca, constituye un instrumento útil para descifrar algunos aspectos de la multitud postfordista (que es una multitud de virtuosos, de trabajadores que, para trabajar, recurren a dotes genéricamente “políticas”).

El concepto de “espectáculo”, acuñado durante los años sesenta por los situacionistas, es un concepto propiamente teórico, que no está muy alejado de la argumentación marxiana. Para Guy Debord (Debord 1967) el “espectáculo” es la comunicación humana devenida mercancía. Aquello que se da en el espectáculo es, precisamente, la facultad humana de comunicar, el lenguaje verbal en cuanto tal. Como se puede observar, no se trata de una acusación rencorosa contra la sociedad de consumo (siempre un poco sospechosa, porque se corre el riesgo, como le sucede a Pasolini, de añorar el pasado sin tener en cuenta sus zonas poco felices, sus carencias, etcétera.) La comunicación humana en cuanto espectáculo es una mercancía entre las demás, desprovista de prerrogativas y cualidades especiales. Pero, por otra parte, es una mercancía que concierne, a partir de un cierto punto, a todos los sectores industriales. Aquí está el problema.

Por un lado, el espectáculo es el producto particular de una industria particular: la industria llamada cultural. Por otro lado, en el postfordismo la comunicación humana es también un ingrediente esencial de la cooperación productiva. Es decir, es la reina de las fuerzas productivas, algo que supera el propio ámbito sectorial, resguardando más bien a la industria en su conjunto, a la poiesis en su totalidad. En el espectáculo son exhibidas, en forma separada y fetichizada, las fuerzas productivas más relevantes de la sociedad, aquellas que necesariamente tiene que utilizar todo proceso laboral contemporáneo: competencia lingüística, saber, imaginación, etc. El espectáculo posee, por lo tanto, una doble naturaleza: producto específico de una industria particular y, al mismo tiempo, quintaesencia del modo de producción en su conjunto. Debord escribe que el espectáculo es “la exposición general de la racionalidad del sistema”. Las que dan espectáculo, por así decirlo, son las mismas fuerzas productivas de la sociedad en cuanto coinciden, en medida creciente, con las competencias lingüístico-comunicativas y con el general intellect.

La doble naturaleza del espectáculo nos recuerdo un poco la doble naturaleza del dinero. Como ustedes saben, el dinero es una mercancía entre las demás, fabricada en la Casa de la Moneda del Estado, en Roma, dotada de un cuerpo metálico o de papel. Pero tiene también una segunda naturaleza: es el equivalente, la unidad de medida, de todas las demás mercancías. El dinero es particular y universal al mismo tiempo, y el espectáculo también. La comparación, sin duda tentadora, no nos lleva muy lejos. A diferencia del dinero, que mide el resultado de un proceso productivo ya concluido, el espectáculo concierne más bien a un proceso productivo en sí, en su hacerse, en su potencialidad. El espectáculo, según Debord, muestra lo que hombres y mujeres pueden hacer. Mientras que el dinero refleja en sí el valor de las mercancías, por lo tanto aquello lo que la sociedad ya ha hecho, el espectáculo exhibe en forma separada aquello que el conjunto de la sociedad puede ser o hacer. Si el dinero es la “abstracción real” (para usar una clásica expresión marxista) que se refiere a las obras concluidas, al pasado del trabajo, el espectáculo es, por el contrario, según Debord, la “abstracción real” que retrae el operar en sí mismo, el presente del trabajo. Si el dinero se encapricha con el cambio, el espectáculo, comunicación humana devenida mercancía, privilegia la cooperación productiva. Debe concluirse, por lo tanto, que el espectáculo, la capacidad comunicativa humana devenida mercancía, posee una doble naturaleza, pero que es distinta a la del dinero. ¿Cuál es?

Mi hipótesis es que la industria de la comunicación (o mejor aún, del espectáculo, o, también, la industria cultural) es una industria dentro de las otras, con su técnica específica, sus procedimientos particulares, sus peculiares beneficios, etc., pero que, por otra parte, cumple también el rol de industria de los medios de producción.

Tradicionalmente la industria de los medios de producción es la industria que produce máquinas y demás instrumentos, para ser empleados luego en los más diversos sectores productivos. Sin embargo, en una situación en la cual los instrumentos de producción no se reducen a máquinas, sino que consisten en competencias lingüística-cognoscitivas características del trabajo vivo, es lícito sostener que una parte significativa de los denominados “medios de producción” consista en técnica y procedimientos comunicativos. Y bien, ¿dónde son forjadas estas técnicas y estos procedimientos sino en la industria cultural? La industria cultural produce (innova, experimenta) los procedimientos comunicativos que son luego destinados a funcionar como medios de producción aún en los sectores más tradicionales de la economía contemporánea. Una vez que el postfordismo se ha afirmado plenamente éste es el rol de la industria de la comunicación: industria de los medios de producción.

Virtuosismo[2] en el trabajo

El virtuosismo, con su intrínseca politicidad[3], caracteriza no sólo a la industria cultural sino al conjunto de la producción social contemporánea. Se podría decir que, en la organización laboral postfordista, la actividad sin obra, de ser un caso especial y problemático, deviene el prototipo general del trabajo asalariado. Repito un punto importante: esto no significa, naturalmente, que no se produzcan más carcasas de máquinas, sino que para una parte creciente de las tareas laborales, el cumplimiento de la acción es interiora la misma acción (es decir, no consiste en dar lugar a un semitrabajo independiente).

Una situación de este tipo es bosquejada por el propio Marx en los Grundrisse, cuando escribe que, con la gran industria automatizada y la aplicación intensiva y sistemática de las ciencias de la naturaleza al proceso productivo, la actividad laboral “ya no es el agente principal sino que se coloca junto al proceso de producción inmediato” (Marx 1939-1941: II, 401) Este colocarse “junto” al proceso de producción inmediato significa, según Marx, que el trabajo coincide siempre más con una “actividad de vigilancia y de coordinación”. Dicho de otro modo: las tarea del trabajador o del empleado ya no consiste más en la obtención de un único fin determinado, sino en variar e intensificar la cooperación social. Permíteseme agregar algo. El concepto de cooperación social, que en Marx es tan complejo y delicado, puede ser pensado de dos modos distintos. En principio, hay una acepción “objetiva”: cada individuo hace cosas diversas, específicas, que son relacionadas externamente por el ingeniero o el dueño de la fábrica. En este caso, la cooperación trasciende la actividad de los individuos, no adquiere un relieve en su operar concreto. En segundo lugar, hay una noción “subjetiva” de cooperación: ella toma cuerpo cuando una parte sustancial del trabajo individual consiste en desarrollar, afinar, intensificar la misma cooperación.

En el postfordismo prevalece la segunda acepción de cooperación. Trataré de explicarme mejor con una comparación. Desde siempre, uno de los recursos de la empresa capitalista ha sido la sustracción del saber de los obreros. Vale decir: cuando los obreros encontraban un modo menos fatigoso de hacer el trabajo y lograban así un tiempo de descanso adicional, la jerarquía empresaria explotaba esta mínima conquista cognoscitiva para modificar la organización del trabajo. Pero me parece que hay un cambio relevante en la época contemporánea, porque la tarea del obrero o el empleado consiste justamente en encontrar atajos, trucos, soluciones que mejoren la organización laboral. En este último caso, la información obrera no es utilizada a escondidas, sino que es explícitamente requerida, e incluso constituye uno de los deberes laborales. El mismo cambio se da a propósito de la cooperación: no es lo mismo que los trabajadores sean coordinados de hecho por el ingeniero a que se les pida a inventar y producir nuevos procedimientos cooperativos. Más que formar parte de la escenografía, el accionar concertado, la interacción lingüística se ubica en primerísimo plano. Cuando la cooperación “subjetiva” deviene la principal fuerza productiva, las acciones laborales muestran una pronunciada índole lingüística-comunicativa, implicando la exposición ante los demás. Se desmorona el carácter monológico del trabajo: la relación con los otros es un elemento originario, básico, para nada accesorio. Allí donde el trabajo aparece junto al proceso productivo inmediato, antes que un componente, la cooperación productiva es un “espacio de estructura pública”.

Este “espacio de estructura pública” -configurado en el proceso laboral- moviliza aptitudes tradicionalmente políticas. La política[4] (en sentido amplio) deviene fuerza productiva, tarea, “caja de herramientas”. Se podría decir que el lema heráldico del postfordismo es, sarcásticamente, “política antes que nada”. Además, ¿qué otra cosa significa el discurso sobre la “calidad total” si no la solicitud de poner a disposición de la producción el gusto por la acción, la actitud para afrontar lo posible y lo imprevisto, la capacidad de comenzar cualquier cosa de nuevo?

Cuando el trabajo bajo patrón asume el gusto por la acción, la capacidad de vincularse, la exposición ante los demás -todas aquellas cosas que las generaciones precedentes experimentaban en las sesiones del partido-, podríamos decir que algunos rasgos distintivos del animal humano, en especial su tener lenguaje, están subsumidos dentro de la producción capitalista. La inclusión de la misma antropogénesis en el modo de producción vigente es un evento extremo. Otra que la charla heideggeriana sobre la “época de la técnica”... Este evento no atenúa sino que radicaliza la antinomia de la formación socio-económica capitalista. Nadie es tan pobre como aquellos que ven la propia relación con la presencia de los otros, es decir la propia facultad comunicativa, el propio tener lenguaje, reducido a trabajo asalariado.

El intelecto como partitura.

Si el conjunto del trabajo postfordista es trabajo productivo (de plusvalía) porque se desarrolla de un modo político-virtuosístico, la pregunta es: ¿cuál es la partitura que ejecutan los trabajadores virtuosos? ¿Cuál es el guión de las performances lingüísticas- comunicativas?

El pianista ejecuta un vals de Chopin, el actor se mantiene más o menos fiel a una escenificación preliminar, el orador posee al menos algún apunte al cual referirse: todos los artistas ejecutantes cuentan con alguna partitura para apoyarse. Pero cuando el virtuosismo involucra a la totalidad del trabajo social: ¿cuál es la partitura? Por mi parte, afirmo sin dudar que la partitura seguida por la multitud postfordista es el Intelecto, el intelecto en cuanto facultad humana genérica. En los términos de Marx, la partitura de los virtuosos modernos es el general intellect, el intelecto general de la sociedad, el pensamiento abstracto devenido pilar de la producción social. Volvemos así a un tema (general intellect, intelecto público, “lugares comunes”, etc.) tratado en la primera jornada. Por general intellect Marx entiende a la ciencia, el conocimiento en general, el saber del cual hoy depende la productividad social. El virtuosismo consiste en modular, articular, variar el general intellect. La politización del trabajo (es decir la subsunción en el ámbito del trabajo de todo aquello que antes era atinente a la acción política) se inicia cuando el pensamiento deviene resorte principal de la producción de riqueza. El pensamiento deja de ser una actividad interior y se vuelve algo exterior o “público” ya que irrumpe en el proceso productivo. Se podría decir: solo ahora, sólo cuando tiene por propio centro de gravedad al intelecto lingüístico, la actividad del trabajo puede absorber en sí muchas de las características que antes pertenecían a la acción política.

Hasta ahora he discutido sobre la yuxtaposición del Trabajo y la Política. Pero ahora aparece el tercer ámbito de la experiencia humana, el Intelecto. Esa es la “partitura” siempre de nuevo seguida por los trabajadores-virtuosos. Pienso que la hibridización entre estas diversas esferas (pensamiento puro, vida política y trabajo) comienza precisamente cuando el Intelecto, en cuanto principal fuerza productiva, deviene público. Sólo ahora el trabajo toma una semblanza comunicativa y, por ello, se colorea de tonalidad “política”.

Marx le atribuye al pensamiento un carácter exterior, una índole pública, en dos distintas ocasiones. Primero, cuando utiliza la expresión, también muy bella desde el punto de vista filosófico, de “abstracción real”; luego, cuando habla de “general intellect”. Una abstracción real es, por ejemplo, el dinero. En el dinero se encarna, deviene real, en efecto, uno de los principios-guías del pensamiento humano: la idea de equivalencia. Esta idea, de por sí muy abstracta, adquiere una existencia concreta, apenas hace ruido en el monedero. El devenir cosa de un pensamiento: eso es lo que una abstracción real es. Y bien visto, el concepto de general intellect no hace más que desarrollar desmesuradamente la noción de abstracción real. Con general intellect, Marx indica la fase en la cual ya no son más ciertos hechos (supongamos la moneda) los que asignan el valor y estatuto de un pensamiento, sino en la que son nuestros pensamientos, como tales, los que inmediatamente asignan el valor a los hechos materiales. Si en el caso de la abstracción real es un hecho empírico (por ejemplo, el intercambio de equivalentes) el que muestra la sofisticada estructura de un pensamiento puro, en el caso del general intellect la relación se invierte: ahora son nuestros pensamientos los que se presentan con el peso y la incidencia típica de los hechos. El general intellect es el estadio en el cual las abstracciones mentales son inmediatamente, de por sí, abstracciones reales. Aquí, sin embargo, surgen los problemas. O, si se prefiere, aflora una cierta insatisfacción con respecto a las formulaciones de Marx. La dificultad nace del hecho que Marx concibe al “intelecto general” como capacidad científica objetivada, como sistema de máquinas. Obviamente, este aspecto cuenta, pero no es todo. Debe considerarse el lado por el cual el intelecto general, antes que encarnarse (o mejor, aferrarse) en el sistema de máquinas, existe en tanto atributo del trabajo vivo.

El general intellect se presenta hoy, antes que nada, como comunicación, abstracción, autorreflexión de los sujetos vivientes. Parece lícito afirmar que, por la propia lógica del desarrollo económico, es necesario que una parte del general intellect no coagule en capital fijo, sino que se desarrolle en la interacción comunicativa, en forma de paradigmas epistémicos, performances dialógicas, juegos lingüísticos. Dicho en otros términos: el intelecto público se identifica con la cooperación, con el comportamiento concertado del trabajo vivo, con las competencias comunicativas de los individuos.

En el capítulo quinto del primer libro de El Capital, Marx escribe: “El proceso laboral, así como lo hemos expuesto en sus movimientos simples y abstractos, es actividad final para la producción de valores de uso [...]. Por eso no hemos querido presentar al trabajador en relación con otros trabajadores. Ha sido suficiente por una parte el hombre y su trabajo, por otra, la naturaleza y sus materiales” (Marx 1867: I: 218).

En este capítulo, Marx describe al proceso de trabajo como proceso natural de intercambio orgánico entre el hombre y la naturaleza, por ello, en términos generales y abstractos, sin considerar la relación histórico-social. Y aún podemos preguntarnos si, quedándose en este plano tan general (casi antropológico), es lícito separar del concepto de trabajo los aspectos interactivos, es decir, la relación con los demás trabajadores. Ciertamente no es lícito cuando la actividad laboral tiene su punto nodal en las prestaciones comunicativas. Es imposible, ahora, bosquejar el proceso laboral sin presentar desde el comienzo al trabajador en relación con los otros trabajadores; o sin utilizar ahora a la categoría del virtuosismo, en relación con su “público”. El concepto de cooperación involucra en sí, enteramente, a la actitud comunicativa de los seres humanos. Esto vale sobretodo allí donde la cooperación va hacia un “producto” específico de la actividad laboral, hacia cualquier cosa promovida, elaborada, afinada por los mismos cooperantes. El general intellect requiere un obrar virtuosístico (es decir, un obrar político), porque una importante parte suya no se vierte en el sistema de máquinas, sino que se manifiesta en la actividad directa del trabajo vivo, en su cooperación lingüística.

El intelecto, la pura facultad del pensamiento, el simple tener-lenguaje: he aquí, repitámoslo, la “partitura” seguida siempre de nuevo por los virtuosos postfordistas. Voy a retomar y subrayar aquí un punto importante. Mientras el virtuoso propiamente dicho (el pianista o el bailarín, por ejemplo) hace uso de una partitura bien definida, es decir de una obra en el sentido estricto del término, el virtuoso postfordista “ejecutando” su propia facultad lingüística no actúa sobre la base de una obra determinada. Por general intellect no debe entenderse el conjunto de los conocimientos adquiridos por la especie, sino la facultad de pensar; la potencia como tal, no sus innumerables realizaciones particulares. El “intelecto general” no es otra cosa que el intelecto en general. Sirve aquí el ejemplo ya dado del hablante. Teniendo como única “partitura” la infinita potencialidad de la propia facultad del lenguaje, un hablante articula actos verbales determinados: y bien, la facultad del lenguaje es lo opuesto a un determinado guión, a una obra con estas o aquellas características inconfundibles. El virtuosismo de la multitud postfordista equivale al virtuosismo del hablante: virtuosismo sin guiones, dotado de un guión coincidente con la pura y simple dynamis, con la pura y simple potencia.

Es oportuno agregar que la relación entre “partitura” y ejecución virtuosa se haya regulada por las normas de la empresa capitalista. La puesta en trabajo (y en ganancia) de las facultades comunicativas y cognoscitivas más genéricas del animal humano poseen un índice histórico, una forma históricamente determinada. El general intellect se manifiesta, hoy, como perpetuación del trabajo asalariado, del sistema de jerarquías, eje importante de la producción de plusvalor.


[1]PAOLO VIRNO es un militante político e investigador de larga trayectoria en la autonomía obrerista italiana, fundador de varias revistas políticas y autor, entre otros, de los siguientes títulos: Convenzione e materialismo. L´unicitá senza aura (1986); Mondanitá. L´idea di “mondo” tra esperienza sensibile esfera pubblica (1994); Parole con parole. Poteri e limiti del lenguaggio (1995); Radical thought in Italy, compilado junto a Michael Hardt (1996); e Il ricordo del presente. Saggio sul tempo storico (1999). Sus últimas dos producciones publicadas en la Argentina son: “Gramática de la Multitud.” Ed. Colihue, Colección Puñales, BsAs., 2003. “Cuando el verbo se hace carne”. Ed. Cactus y Tinta Limón, BsAs., 2005.

[2] Virno remite el “virtuosismo” a las capacidades propias de un artista ejecutante. En primer lugar, se trata de una actividad que se cumple (que tiene el propio fin) en sí misma, sin objetivarse en una obra perdurable, sin depositarse en un producto terminado, o sea un objeto que perdure más allá de la interpretación. En segundo lugar, es una actividad que exige la presencia de los otros, que existe sólo a condición de que haya un público. (Nota del Módulo extraída de otro pasaje del libro de Virno “Gramática de la Multitud)

[3] El autor no iguala a la política con una sesión partidaria sino que se refiere a la experiencia genéricamente humana de empezar algo nuevo, la exposición a los ojos de los demás, una relación íntima con la contingencia y lo imprevisto. (Nota del Módulo extraída de otro pasaje del libro de Virno “Gramática de la Multitud)

[4] Ver cita anterior.


1 comentario:

  1. Virno, Bifo, Castoriadis, Sartre, Marx (para nombrar sólo a algunos) pertenecen a una rama del pensamiento, abierto, crítico, hoy imprescindibles para entender y actuar sobre lo que pasa.
    Ladi

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